FRANKENSTEIN, SEGUNDA CLASE: Victor Frankenstein
DIARIO DE ROBERT WALTON
13 de agosto de 17…
“El afecto que siento por este hombre aumenta cada día. Despierta en el más alto grado tanto mi admiración como mi piedad. ¿Cómo contemplar anulado por la angustia a un ser tan noble sin experimentar una inmensa pesadumbre? Es tan gentil y tan inteligente; su espíritu está tan cultivado que, cuando habla, sus palabras, escogidas con exquisito arte, surgen de su boca con una fluidez y una elocuencia increíbles”
19 de agosto de 17…
“El afecto que siento por este hombre aumenta cada día. Despierta en el más alto grado tanto mi admiración como mi piedad. ¿Cómo contemplar anulado por la angustia a un ser tan noble sin experimentar una inmensa pesadumbre? Es tan gentil y tan inteligente; su espíritu está tan cultivado que, cuando habla, sus palabras, escogidas con exquisito arte, surgen de su boca con una fluidez y una elocuencia increíbles”
19 de agosto de 17…
“Ayer mi huésped me dijo:
-Debe usted intuir ya, capitán Walton, que he soportado más reveses de los que, seguramente, haya conocido nadie. Hace tiempo decidí que me llevaría a la tumba el secreto de mis males, pero usted me ha hecho mudar de propósito. Anhela el conocimiento y la sabiduría como lo hice yo durante muchos años y deseo ardientemente que el cumplimiento de sus proyectos no sea, como para mí, semejante a una serpiente venenosa. No sé si el relato de mis desgracias tendrá para usted alguna utilidad, pero como creo que sigue un sendero igual al que fue el mío, arriesgándose a peligros idénticos a los que han hecho de mi lo que soy ahora, creo que podrá extraer de mi historia alguna experiencia que pueda serle útil si el éxito le sonríe o, en caso contrario, pueda consolarle en su fracaso. Dispóngase usted a escuchar un relato que podrá parecerle sobrenatural. Si nos halláramos ante un paisaje menos impresionante temería no ser creído y cubrirme a sus ojos de ridículo, pero en el seno de estas regiones salvajes y misteriosas parecen verosímiles muchas cosas que, en cualquier otra parte, provocarían la hilaridad de quienes desconocen las inmensas posibilidades de la naturaleza.”
-Debe usted intuir ya, capitán Walton, que he soportado más reveses de los que, seguramente, haya conocido nadie. Hace tiempo decidí que me llevaría a la tumba el secreto de mis males, pero usted me ha hecho mudar de propósito. Anhela el conocimiento y la sabiduría como lo hice yo durante muchos años y deseo ardientemente que el cumplimiento de sus proyectos no sea, como para mí, semejante a una serpiente venenosa. No sé si el relato de mis desgracias tendrá para usted alguna utilidad, pero como creo que sigue un sendero igual al que fue el mío, arriesgándose a peligros idénticos a los que han hecho de mi lo que soy ahora, creo que podrá extraer de mi historia alguna experiencia que pueda serle útil si el éxito le sonríe o, en caso contrario, pueda consolarle en su fracaso. Dispóngase usted a escuchar un relato que podrá parecerle sobrenatural. Si nos halláramos ante un paisaje menos impresionante temería no ser creído y cubrirme a sus ojos de ridículo, pero en el seno de estas regiones salvajes y misteriosas parecen verosímiles muchas cosas que, en cualquier otra parte, provocarían la hilaridad de quienes desconocen las inmensas posibilidades de la naturaleza.”
RELATO DEL DOCTOR FRANKENSTEIN
“Soy ginebrino de origen y nací en el seno de una de las familias más importantes del país. A lo largo de muchos años, mis antecesores fueron síndicos o consejeros y mi padre llevó a cabo con honra y consideración numerosos cargos oficiales. “
“Durante muchos años fui su único hijo y, a pesar del cariño que mis padres sentían el uno por el otro, parecían extraer los inmensos tesoros de afecto y cariño que me prodigaban de una inagotable mina de amor. Las tiernas caricias de mi madre, la feliz sonrisa de mi padre cuando me miraba, fueron mis primeros recuerdos. [...] Con la profunda conciencia de lo que debían al ser que habían engendrado y merced, también, a los caudales de afecto que poseían, no es difícil pensar que, en todos los instantes de mi infancia, obtuve de ellos continuas lecciones de paciencia, de caridad y de autodominio. Me educaron con tanta dulzura que sólo recuerdo de aquel período una continua sucesión de instantes felices.”
“Contaba trece años cuando realicé con mi familia una excursión a un balneario termal cercano a Thonon. El mal tiempo nos obligó a permanecer encerrados todo un día y encontré por casualidad en el albergue un volúmen de las obras de Cornelius Agrippa. Lo abrí lleno de aburrimiento , pero los maravillosos hechos que allí se narraban cambiaron pronto en entusiasmo mi indiferencia. Tuve la seguridad de que una luz nueva venía a iluminar mi cerebro. Exaltado por la alegría de mi descubrimiento corrí para comunicárselo a mi padre que, echando una mirada distraída sobre el título, dijo:
“Soy ginebrino de origen y nací en el seno de una de las familias más importantes del país. A lo largo de muchos años, mis antecesores fueron síndicos o consejeros y mi padre llevó a cabo con honra y consideración numerosos cargos oficiales. “
“Durante muchos años fui su único hijo y, a pesar del cariño que mis padres sentían el uno por el otro, parecían extraer los inmensos tesoros de afecto y cariño que me prodigaban de una inagotable mina de amor. Las tiernas caricias de mi madre, la feliz sonrisa de mi padre cuando me miraba, fueron mis primeros recuerdos. [...] Con la profunda conciencia de lo que debían al ser que habían engendrado y merced, también, a los caudales de afecto que poseían, no es difícil pensar que, en todos los instantes de mi infancia, obtuve de ellos continuas lecciones de paciencia, de caridad y de autodominio. Me educaron con tanta dulzura que sólo recuerdo de aquel período una continua sucesión de instantes felices.”
“Contaba trece años cuando realicé con mi familia una excursión a un balneario termal cercano a Thonon. El mal tiempo nos obligó a permanecer encerrados todo un día y encontré por casualidad en el albergue un volúmen de las obras de Cornelius Agrippa. Lo abrí lleno de aburrimiento , pero los maravillosos hechos que allí se narraban cambiaron pronto en entusiasmo mi indiferencia. Tuve la seguridad de que una luz nueva venía a iluminar mi cerebro. Exaltado por la alegría de mi descubrimiento corrí para comunicárselo a mi padre que, echando una mirada distraída sobre el título, dijo:
-¡Vaya, Cornelius Agrippa! Víctor, hijo mío, no pierdas tu tiempo leyendo tales tonterías.”
“Cuando conté diecisiete años, mis padres creyeron conveniente que prosiguiera mis estudios en la universidad de Ingolstadt. Hasta aquel momento yo sólo había estudiado en escuelas de Ginebra y consideraron necesario para perfeccionar mi educación que trabara conocimiento con métodos pedagógicos distintos a los que eran habituales en nuestro país.”
“Divisé, por fin, el alto campanario blanco de la iglesia de Ingolstadt y, al llegar a mi destino, descendí del carruaje y fui conducido a mi solitaria habitación con el fin de que pasara allí la noche.
A la mañana siguiente, envié mis cartas de recomendación y visité a los principales profesores. El azar -quizá sería mejor decir una influencia maléfica, el Ángel de la Destrucción que me hizo sentir su poder omnipotente desde que, a mi pesar, abandoné el techo familiar- me condujo, en primer lugar, al señor Krempe, profesor de filosofía natural. Era un individuo de modales groseros, pero gran conocedor de los secretos de su ciencia. Me hizo algunas preguntas referentes a mis conocimientos en las distintas ramas científicas que guardan alguna relación con la filosofía natural. Respondí con indiferencia y, con desdeño, cité los nombres de mis alquimistas como el de los principales autores cuyas obras había estudiado. El profesor, contemplándome atento, preguntó:
-¿Realmente ha dedicado su tiempo a romperse la cabeza con semejantes estupideces?”
“Uno de los fenómenos que más vivamente me habían interesado era la composición de la estructura humana y la de todos los animales vivos. Me preguntaba al respecto de dónde procedía el orígen de la vida; delicada cuestión que siempre había sido considerada como un misterio insondable.”
“Para hallarme en condiciones de penetrar en los secretos de la vida tuve que comenzar a introducirme en el estudio de la muerte; me familiaricé con la anatomía, pero aquello no era suficiente. Tuve también que investigar la descomposición natural y los procesos de corrupción del cuerpo humano tras el fallecimiento.
Al educarme, mi padre había procurado que mi espíritu no sintiera miedo ante el horror de lo sobrenatural. No recuerdo que nunca me haya hecho temblar una fábula inspirada por la superstición, ni que haya temido la aparición de un espectro. La oscuridad no provocaba ningún trastorno en mi imaginación y un cementerio no era a mis ojos más que el reducto donde reposaban los cuerpos privados de vida, que, tras haber poseído fuerza y belleza, eran ya pasto de gusanos.
Para poder examinar las causas y las etapas de la descomposición me vi forzado a permanecer, días y noches enteros, en los panteones y las tumbas concentrando, así, mis pensamientos en las cosas que más repugnan a la delicadeza de los sentimientos humanos. Contemplé como la belleza corporal del hombre iba perdiéndose poco a poco aproximándose a la nada. Vi como la corrupción de la muerte reemplazaba al estallido de la vida. Descubrí como los gusanos se nutrían de órganos tan maravillosos como los ojos y el cerebro. Me apliqué a estudiar e investigar con todo detalle el proceso de transformación que tiene lugar en el tránsito de la vida a la nada o de la nada a la vida. Hasta que un día, en el interior de mis tinieblas, una luz iluminó de pronto mi espíritu, una luz tan viva, maravillosa y, sin embargo, de tan sencilla explicación, que me sentí atrapado en el vértigo de las perspectivas que se presentaban ante mí; me admiró el hecho de que fuese yo, un recién llegado, quien encontrara la clave de tan extraordinario secreto en cuya búsqueda tantos hombres de gran inteligencia habían fracasado. [...] Tras jornadas enteras de inimaginable trabajo, había logrado, al precio de una fatiga insoportable, penetrar en los secretos de la generación y de la vida. ¡Qué digo! ¡Mucho más todavía! Era ya posible para mí dar vida a una materia inerte.”
“Imbuido en este estado de ánimo, me lancé a la creación de un ser humano.”
“Nadie podrá nunca imaginar el horror de mi trabajo llevado a cabo en secreto, moviéndome en la húmeda oscuridad de las tumbas o atormentando a un animal vivo al intentar animar la materia inerte. Ahora, con solo recordarlo, siento que me posee el espanto y que todos mis miembros se estremecen.”
“Una siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama mortecina, observé cómo la criatura entreabría los ojos ambarinos y desvaídos. Respiró profundamente y sus miembros se movieron convulsos.
¿Cómo podría transmitirle la emoción que sentí ante aquella catástrofe o hallar frases que describan el repugnante engendro que, al precio de tantos esfuerzos y trabajos, había creado? Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del cielo! Su piel amarillenta apenas cubría la red de músculos y sus vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de sus ojos vidriosos, cuyo color podía confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de sus negruzcos labios.”
“No pudiendo soportar más tiempo la visión del monstruo, salí precipitadamente del laboratorio.”
“Cuando conté diecisiete años, mis padres creyeron conveniente que prosiguiera mis estudios en la universidad de Ingolstadt. Hasta aquel momento yo sólo había estudiado en escuelas de Ginebra y consideraron necesario para perfeccionar mi educación que trabara conocimiento con métodos pedagógicos distintos a los que eran habituales en nuestro país.”
“Divisé, por fin, el alto campanario blanco de la iglesia de Ingolstadt y, al llegar a mi destino, descendí del carruaje y fui conducido a mi solitaria habitación con el fin de que pasara allí la noche.
A la mañana siguiente, envié mis cartas de recomendación y visité a los principales profesores. El azar -quizá sería mejor decir una influencia maléfica, el Ángel de la Destrucción que me hizo sentir su poder omnipotente desde que, a mi pesar, abandoné el techo familiar- me condujo, en primer lugar, al señor Krempe, profesor de filosofía natural. Era un individuo de modales groseros, pero gran conocedor de los secretos de su ciencia. Me hizo algunas preguntas referentes a mis conocimientos en las distintas ramas científicas que guardan alguna relación con la filosofía natural. Respondí con indiferencia y, con desdeño, cité los nombres de mis alquimistas como el de los principales autores cuyas obras había estudiado. El profesor, contemplándome atento, preguntó:
-¿Realmente ha dedicado su tiempo a romperse la cabeza con semejantes estupideces?”
“Uno de los fenómenos que más vivamente me habían interesado era la composición de la estructura humana y la de todos los animales vivos. Me preguntaba al respecto de dónde procedía el orígen de la vida; delicada cuestión que siempre había sido considerada como un misterio insondable.”
“Para hallarme en condiciones de penetrar en los secretos de la vida tuve que comenzar a introducirme en el estudio de la muerte; me familiaricé con la anatomía, pero aquello no era suficiente. Tuve también que investigar la descomposición natural y los procesos de corrupción del cuerpo humano tras el fallecimiento.
Al educarme, mi padre había procurado que mi espíritu no sintiera miedo ante el horror de lo sobrenatural. No recuerdo que nunca me haya hecho temblar una fábula inspirada por la superstición, ni que haya temido la aparición de un espectro. La oscuridad no provocaba ningún trastorno en mi imaginación y un cementerio no era a mis ojos más que el reducto donde reposaban los cuerpos privados de vida, que, tras haber poseído fuerza y belleza, eran ya pasto de gusanos.
Para poder examinar las causas y las etapas de la descomposición me vi forzado a permanecer, días y noches enteros, en los panteones y las tumbas concentrando, así, mis pensamientos en las cosas que más repugnan a la delicadeza de los sentimientos humanos. Contemplé como la belleza corporal del hombre iba perdiéndose poco a poco aproximándose a la nada. Vi como la corrupción de la muerte reemplazaba al estallido de la vida. Descubrí como los gusanos se nutrían de órganos tan maravillosos como los ojos y el cerebro. Me apliqué a estudiar e investigar con todo detalle el proceso de transformación que tiene lugar en el tránsito de la vida a la nada o de la nada a la vida. Hasta que un día, en el interior de mis tinieblas, una luz iluminó de pronto mi espíritu, una luz tan viva, maravillosa y, sin embargo, de tan sencilla explicación, que me sentí atrapado en el vértigo de las perspectivas que se presentaban ante mí; me admiró el hecho de que fuese yo, un recién llegado, quien encontrara la clave de tan extraordinario secreto en cuya búsqueda tantos hombres de gran inteligencia habían fracasado. [...] Tras jornadas enteras de inimaginable trabajo, había logrado, al precio de una fatiga insoportable, penetrar en los secretos de la generación y de la vida. ¡Qué digo! ¡Mucho más todavía! Era ya posible para mí dar vida a una materia inerte.”
“Imbuido en este estado de ánimo, me lancé a la creación de un ser humano.”
“Nadie podrá nunca imaginar el horror de mi trabajo llevado a cabo en secreto, moviéndome en la húmeda oscuridad de las tumbas o atormentando a un animal vivo al intentar animar la materia inerte. Ahora, con solo recordarlo, siento que me posee el espanto y que todos mis miembros se estremecen.”
“Una siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama mortecina, observé cómo la criatura entreabría los ojos ambarinos y desvaídos. Respiró profundamente y sus miembros se movieron convulsos.
¿Cómo podría transmitirle la emoción que sentí ante aquella catástrofe o hallar frases que describan el repugnante engendro que, al precio de tantos esfuerzos y trabajos, había creado? Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del cielo! Su piel amarillenta apenas cubría la red de músculos y sus vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de sus ojos vidriosos, cuyo color podía confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de sus negruzcos labios.”
“No pudiendo soportar más tiempo la visión del monstruo, salí precipitadamente del laboratorio.”
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